Maday Méndez nos acompañó este domingo y nos escribió esta síntesis de su vivencia. Muchas gracias.
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Nada se repite. Nada. No hay trucos. El teatro no se imita a sí mismo. Ellas están vivas, todo es real. Todo sucede. Sucedió y ahora pasa se vuelta en una suerte de magia de los sentidos, de los recuerdos, de cosas que existen y cosas que no existieron nunca, sólo ahí, en ese momento, sólo en ese universo creado con manos delicadas, con almas ricas, generosas, locas… con pensamientos oscuros, bellos, carnales… en definitiva, reales.
La acción llega, las mueve, y sí, la poesía también, como modo de expresión, siendo eso: palabras -evocadoras, disparadoras de universos propios y ajenos-, palabras que conforman un lenguaje, un código; pero sobre todo palabras llenas de para qué, de por qué, de deseos, necesidad, luchas y anhelos. Palabras, objetos, actividades y actrices que dibujan un clima, un ritmo, un lugar en el tiempo que uno no sabe si reconoce o no, pero que le pertenece, le golpea y le acuna.
En esta obrita (como ellas la llaman) el teatro no se imita a sí mismo. Se encuentra, se crea, se imagina. Huele a búsqueda y a ritual. Cómo juntar lo sagrado y lo concreto en el teatro… Cómo dejar que el teatro sea teatro y no la vida misma, aunque respire. Cómo hacer para ser en el arte, en el escenario. El teatro no es la vida por más que hable de ella; es un lugar de encuentro, un lugar donde todo el trabajo previo de búsqueda e inspiración de quienes lo ejecutan pone lo suyo para que uno mire hacia sus adentros y vuele lejos con cada movimiento, con cada objeto, con cada acción de esas mujeres que sostienen allá adentro sus contradicciones y su humanidad. Necesitaba recordarme todas estas cosas, ver un teatro vivo, pero también sagrado; sentir durante y antes de que comience la función (vayan y lo entenderán) un profundo respeto y la sensación de estar viviendo un momento único.
La lluvia y otras cigüeñas fue un viaje movilizador; terrible y hermoso. Muchas gracias a todas por eso y por la inspiración.