Llovía; pasaban las nubes de guerra, negras y blancas, rugían. (…) Hasta que del cielo, desde un papel de plata, empezaron a caer cosas increíbles, tacitas, las más finas, cucharillas, racimos de uva, y algunas almas, en verde pálido y en salmón, con una estrella en el centro; nos dio miedo y felicidad, y corrimos a abrir las puertas, pero, enseguida, las cerramos, porque nos dio miedo, y volvimos a las ventanas, y todo se terminaba, y sólo las almas duraron algo más, hasta que se alejaron volando, brillantes y tristísimas.
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La lluvia cambió todo. La uva está rota; se ha vuelto un río de leche, de miel; cerca de ella giran mariposas raras, llenas de vello, casi vacunas. (…)
Las nubes aún ciñen todo, dejan caer plumas, abanicos, alguna corona, un sapo de grueso anacarado, que ladra en el jardín rítmicamente. Los niños escuchan con asombro.
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Al pasar me pareció que el árbol me llamaba, quería decirme algo. Me detuve; miré el tronco, largo, gris, un poco entreabierto arriba. Allí tenía metido un hongo, enorme, con un ala; parecía un animal o un sobrero, parecía una gallina. Eso era lo que quería avisarme el árbol(…): había echado hijos. En cualquier parte tenía numerosos muchachitos, huevos. (…) El árbol me hablaba, me hablaba, sin hablar, que era su manera de hablar.
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Las tardes de la casa cuando ninguna hablaba y parecía que sí. (…) Y las sombras altísimas, misteriosas, que se desprendían de la pared, andaban como personas, y al día siguiente volvían a aparecer ante mis miradas aterradas. (…) Ésta es la historia que no tendrá fin.
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Las muchachas de aquel tiempo daban a luz muchos hijos, que quedaban abandonados en la hierba, y no siempre, eran criaturas humanas, sino perros, insectos y demás.
Las muchachas eran muy hermosas, pero, algunas eran feas, mas, igual, prolíficas.
Todas las criaturas quedaban abandonadas en la hierba, gemían durante mucho tiempo y morían.
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En la habitación oscura, sin abrir la puerta, alguien entró, y comenzó a peinarme. (…) Me peinaba hebra por hebra, a todo lo largo, y hacía cerquillos, bucles, rizos, y nuevamente a todo lo largo. (…) Hasta que el pelo quedó tendido y lacio, y su punta tocaba el suelo y seguía como un río. Y quien me peinó desapareció en la oscuridad –sin abrir la puerta- así como había venido.
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Llueve.
En las tinas se están elaborando sapos y más plantas.
Oímos el borboteo.
Te miro y miro la sucesión de los milagros.
Aunque ya es noche cerrada, todo se sigue viendo.
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